LOS ALUMNOS Y LOS ESTUDIANTES DE LA UACM
La digna lucha de los compañeros de la UACM es un espacio de dignidad en un mundo que cae a pedazos. Las reiteradas agresiones privatizadoras implementadas por una burocracia tecnócrata mandada por organismos internacionales, con clara orientación burguesa; han pulverizado los modelos críticos, científicos y populares de gran parte de las instituciones de
educación superior del país.
La intención es clara: desarrollar una fuerza de trabajo medianamente calificada y altamente entrenada para aceptar con resignación la superexplotación de su fuerza de trabajo en aras de paliar las recurrentes crisis de la acumulación capitalista.
La devastación de la dignidad humana en favor de una actitud cosificada, servil y agachona es lo que los nuevos modelos certificados de educación superior buscan afanosamente implementar. Pero hoy una buena parte de las comunidades estudiantiles, enajenadas y acríticas, defienden a ultranza un modelo que los precariza, condiciona y somete desde discursos eruditos, archivadores y profundamente individualistas. La defensa de muchos de estos alumnos a dichos modelos agresivos y opresores se convierte en un grito en favor de la represión y la explotación inhumana (y en varias ocasiones abiertamente fascista). Alumnos que creyeron en la falaz idea de que la universidad es un mundo pasivo, encerrado tras sus muros, que sólo forma a futuros trabajadores "exitosos". La empobrecida lógica laboral se convierte en el referente y la aspiración única de estos alumnos; su finalidad es la separación de la misión fundamental de la educación superior pública: servir al pueblo trabajador que la paga.
Pero no todo es apatía ni complicidad. A diferencia de estos alumnos de tendencias abiertamente regresivas e individualistas, existen estudiantes conscientes y dignos que levantan su humanidad entera para luchar por lo que es justo: una educación profundamente vinculada a la resolución de las necesidades de nuestro oprimido pueblo. Estudiantes que han decidido anteponer su legítimo deseo de lucha en contra de una aparente estabilidad educativa y, posteriormente, laboral. Estudiantes de excelencia formativa, que poseen argumentos poderosos; inteligentes y honestos a toda prueba. Lo sé, porque los he visto, porque he convivido con ellos y la lección que me he llevado de su ahínco por la congruencia me ha conmovido y emocionado enormemente. Estudiantes que, sin duda, de haberse formado bajo la lógica mercantilista que hoy prevalece en el sistema educativo nacional, serían elogiados con medallas y becas, con ofrecimientos laborales y con el favor de esa burocracia nefasta. Estudiantes con claridad política y discursiva, inteligentes, nobles, apasionados y con una convicción de hierro que el más candoroso de los fuegos no ha podido, ni podrá, ablandar.
Ellos han renunciado a la tranquilidad y a la pasividad propia de los alumnos alienados; han decidido exponerse a la represión cobarde por llevar adelante esta defensa digna de un interés popular; han decidido ser algo más que una medalla, un título o una beca, han decidido ser seres humanos con la envidiable capacidad de indignarse ante la injusticia de clase.
Las razones de ellos son simples, y al mismo tiempo, de una complejidad extrema: que la educación y la universidad estén al servicio de quien la paga, del pueblo trabajador.
Hoy no podemos, no debemos dejar solos a estos dignos estudiantes. Hoy nuestra defensa debe ser resuelta y nuestra solidaridad debe desarrollarse al máximo, pero no simbólicamente sino en el frente de batalla, junto a ellos y con ellos hasta el final.
Muchos han decidido dar la vuelta a este conflicto, muchos que se hacen llamar luchadores sociales, que se presumen progresistas. Hoy la realidad nos muestra el lugar de cada quien en la lucha real, no de café ni de aula universitaria.
Y en esa lucha de pronto aparecen muy pocos, no se refleja el discurso arrogante de los "revolucionarios" que lucran mezquinamente con ese título que es falso, hueco, deshonesto. No están donde deben estar, sólo están donde pueden lucir. Esa es una realidad cruel y lacerante, esa es la verdad de muchos "revolucionarios" incapaces de abandonar el confort y seguir el ejemplo de estos dignos y valientes estudiantes. Su comportamiento es más deshonesto que muchos de los alumnos más reaccionarios.
Finalmente, sólo una cosa es clara: la dignidad no tiene límites ni precio; es un motor que ofrece una actitud invencible ante un enemigo superior en recursos y armas represivas; pero inferior, muy inferior en honestidad y congruencia.
La admiración y la solidaridad es total con los estudiantes uacemitas en los hechos concretos, lejos de la farsa simbólica del pacifista pequeñoburgués o del cobarde e incongruente de izquierda. La solidaridad total y la lucha hombro con hombro junto a estudiantes tan dignos y combativos, tan humildes y valientes… tan humanos.
Hoy ellos encarnan abiertamente el lema de su casa de estudios, pues nada humano les ha sido ajeno, su humanidad es sorprendente.
La intención es clara: desarrollar una fuerza de trabajo medianamente calificada y altamente entrenada para aceptar con resignación la superexplotación de su fuerza de trabajo en aras de paliar las recurrentes crisis de la acumulación capitalista.
La devastación de la dignidad humana en favor de una actitud cosificada, servil y agachona es lo que los nuevos modelos certificados de educación superior buscan afanosamente implementar. Pero hoy una buena parte de las comunidades estudiantiles, enajenadas y acríticas, defienden a ultranza un modelo que los precariza, condiciona y somete desde discursos eruditos, archivadores y profundamente individualistas. La defensa de muchos de estos alumnos a dichos modelos agresivos y opresores se convierte en un grito en favor de la represión y la explotación inhumana (y en varias ocasiones abiertamente fascista). Alumnos que creyeron en la falaz idea de que la universidad es un mundo pasivo, encerrado tras sus muros, que sólo forma a futuros trabajadores "exitosos". La empobrecida lógica laboral se convierte en el referente y la aspiración única de estos alumnos; su finalidad es la separación de la misión fundamental de la educación superior pública: servir al pueblo trabajador que la paga.
Pero no todo es apatía ni complicidad. A diferencia de estos alumnos de tendencias abiertamente regresivas e individualistas, existen estudiantes conscientes y dignos que levantan su humanidad entera para luchar por lo que es justo: una educación profundamente vinculada a la resolución de las necesidades de nuestro oprimido pueblo. Estudiantes que han decidido anteponer su legítimo deseo de lucha en contra de una aparente estabilidad educativa y, posteriormente, laboral. Estudiantes de excelencia formativa, que poseen argumentos poderosos; inteligentes y honestos a toda prueba. Lo sé, porque los he visto, porque he convivido con ellos y la lección que me he llevado de su ahínco por la congruencia me ha conmovido y emocionado enormemente. Estudiantes que, sin duda, de haberse formado bajo la lógica mercantilista que hoy prevalece en el sistema educativo nacional, serían elogiados con medallas y becas, con ofrecimientos laborales y con el favor de esa burocracia nefasta. Estudiantes con claridad política y discursiva, inteligentes, nobles, apasionados y con una convicción de hierro que el más candoroso de los fuegos no ha podido, ni podrá, ablandar.
Ellos han renunciado a la tranquilidad y a la pasividad propia de los alumnos alienados; han decidido exponerse a la represión cobarde por llevar adelante esta defensa digna de un interés popular; han decidido ser algo más que una medalla, un título o una beca, han decidido ser seres humanos con la envidiable capacidad de indignarse ante la injusticia de clase.
Las razones de ellos son simples, y al mismo tiempo, de una complejidad extrema: que la educación y la universidad estén al servicio de quien la paga, del pueblo trabajador.
Hoy no podemos, no debemos dejar solos a estos dignos estudiantes. Hoy nuestra defensa debe ser resuelta y nuestra solidaridad debe desarrollarse al máximo, pero no simbólicamente sino en el frente de batalla, junto a ellos y con ellos hasta el final.
Muchos han decidido dar la vuelta a este conflicto, muchos que se hacen llamar luchadores sociales, que se presumen progresistas. Hoy la realidad nos muestra el lugar de cada quien en la lucha real, no de café ni de aula universitaria.
Y en esa lucha de pronto aparecen muy pocos, no se refleja el discurso arrogante de los "revolucionarios" que lucran mezquinamente con ese título que es falso, hueco, deshonesto. No están donde deben estar, sólo están donde pueden lucir. Esa es una realidad cruel y lacerante, esa es la verdad de muchos "revolucionarios" incapaces de abandonar el confort y seguir el ejemplo de estos dignos y valientes estudiantes. Su comportamiento es más deshonesto que muchos de los alumnos más reaccionarios.
Finalmente, sólo una cosa es clara: la dignidad no tiene límites ni precio; es un motor que ofrece una actitud invencible ante un enemigo superior en recursos y armas represivas; pero inferior, muy inferior en honestidad y congruencia.
La admiración y la solidaridad es total con los estudiantes uacemitas en los hechos concretos, lejos de la farsa simbólica del pacifista pequeñoburgués o del cobarde e incongruente de izquierda. La solidaridad total y la lucha hombro con hombro junto a estudiantes tan dignos y combativos, tan humildes y valientes… tan humanos.
Hoy ellos encarnan abiertamente el lema de su casa de estudios, pues nada humano les ha sido ajeno, su humanidad es sorprendente.
Luis Siddhartha Barrera.
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